Al otro, a Borges, es
a quien le ocurren las cosas […]
Sería exagerado
afirmar que nuestra relación es hostil;
yo vivo, yo me dejo
vivir para que Borges pueda tramar su literatura
y esa literatura me
justifica […] Por lo demás,
yo estoy destinado a
perderme, definitivamente,
y sólo algún instante
de mí podrá sobrevivir en el otro.
Poco a poco voy
cediéndole todo,
aunque me consta su
perversa costumbre de falsear y magnificar.
Jorge Luis Borges:
Páginas escogidas, “Borges y yo”, Casa de las Américas, La Habana, 1988
Por primera vez, después de tres estudios
investigativos que recogen temas tan distantes entre sí como las soluciones al
conflicto armado en Colombia y los efectos de la tecnología y el hombre sobre
la naturaleza, Fernando Bermúdez Ardila incursiona en la ficción. Con una prosa
sencilla y coherente, haciendo gala de un talento narrativo incógnito en él, la
historia cuenta un largo y fructífero período de la vida de Maximiliano
Castillo Correal, personaje polémico, muy a tono con la realidad colombiana. A
la par del destino del país, transcurre su existencia, que en ocasiones pareciera
confundirse con la del propio autor.
La voz narrativa, plenamente identificada con
el protagonista, se mantiene a relativa distancia de los acontecimientos que
refiere; pero demostrando ser conocedora de cada detalle. Una obra con evidentes
elementos autobiográficos y atisbos de un Maximiliano alter ego de Fernando
Bermúdez, donde el propio autor propone la clave de interpretación: “Cualquier parecido
con la realidad es pura coincidencia”. Aunque, insisto, es válido tener en
cuenta “Borges y yo”, del maestro argentino.
Con el visto bueno del Diablo; pero siempre
de la mano de Dios, Maximiliano se inicia en la arqueología, el espionaje, los
negocios y la política. En tal sentido, se puede leer el texto como una novela
de iniciación: un niño se hace hombre y crece como ser humano. En este recorrido
forma una familia y se rodea de amigos; pero sin abandonar nunca su espíritu
independiente y ambicioso, que le permitirá explorar nuevos derroteros y salir triunfador.
Maximiliano es un hombre inquieto, que no falta al propósito de dejar la huella
de un buen pasado: único garante de su travesía por el mundo.
En contacto con los más variados fenómenos
cotidianos, Castillo conoce a poderosos narcotraficantes, sufre las amenazas
del secuestro y comparte la violencia vivida por un considerable número de habitantes
en este país. Se suma a esto su más devastadora experiencia, que provocará un
giro radical en su vida: el enfrentamiento con la justicia más corrupta. En
este punto la novela lo presenta como una víctima, poniendo en crisis el papel de
las instituciones judiciales colombianas.
Con el objetivo explícito de limpiar el nombre
de Maximiliano Castillo y demostrar su inocencia en un acto criminal, el narrador
se auxilia de un vocabulario que linda en lo técnico jurídico, ajeno a lo
ficcional, apoyando el gran momento climático de la historia y realzando su
connotación. La voz de la Justicia goza de una legitimidad ganada a través del
tiempo, por esto la narración se sirve de ella, intentando validar la propia
voz del narrador.
En un argumento que se despliega sin grandes
elipsis temporales y de manera casi lineal, el final de la novela no coincide
con el término de la vida del protagonista. Después de conocer las aventuras y
desventuras de este héroe cercano y actual, con inclinaciones donjuanescas, el
lector queda esperando más.
Sin embargo, entre anécdotas chispeantes y
otras menos felices, pero igual cotidianas, cierra Bermudeando, dejándonos a la
expectativa ante una segunda parte, que ojalá llegue pronto y sea tan cautivante
como la del Quijote.
Carlos
Guzmán Muñoz
Director Centro de Estudios Políticos e
Investigaciones Históricas
Buenos Aires, Argentina, 2007
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